jueves, 12 de diciembre de 2019

Enfrentamos un golpe de Estado


El retorno de la violencia política y racial a las calles a partir del accionar de los 21F, la toma de posición política de los curas, la ratificación derechista de los medios de comunicación y la convocatoria de los políticos de la democracia pactada al levantamiento confirman que el pueblo boliviano se enfrenta a un golpe de Estado que cuenta con el apoyo de la derecha internacional más radical y fascista.

De poco o nada sirven los logros alcanzados en estos 12 años de gobierno del presidente Evo Morales Ayma. En las calles están volviendo el odio al indio, el racismo y la estupidez. No les importa el avance que se tuvo en lo político, económico, social y, mucho menos, la dignidad recuperada a nivel nacional e internacional.

En esta coyuntura, los pueblos indígena originario campesino y las comunidades interculturales, afrobolivianas y sus hijos estamos sufriendo un nuevo momento de tensión política social promovido por los sectores reaccionarios de la sociedad boliviana y, lo más triste, pero a la vez, objetivo, es que la nueva clase media lograda por este gobierno está atentando contra su progenitor, pero y lo sabemos, esta y las otras capas de la clase media siempre serán oscilantes.

Sin embargo, nos embarga una profunda tristeza ver a jóvenes hijos del pueblo que deberían estar defendiendo a sus abuelos y padres, sean presa fácil de la violencia y el racismo inconsciente. Se han desclasado y nosotros no hemos sabido educarlos.

Observaron el apoyo incondicional de derechistas y fascistas internacionales como el grupo ese de expresidentes, el apoyo del portal Infobae o los tuits del chileno Jorge Tarud. Claro a la oligarquía del Mapocho le conviene que vuelva cualquiera de los políticos fracasados que tenemos para seguir complotando contra Bolivia.

“Golpe blando” y las “Fake News”

Ahora nos estamos enfrentando a un coctel político muy explosivo conformado por el “golpe blando” y las “fake news” que pretenden desplazar del poder al presidente Morales Ayma y al MAS y, con él, a la mayoría de los que vivimos en Bolivia.

De pronto, los hijos putativos del dictador Banzer como Jorge “Tuto” Quiroga y de Gonzalo Sanchez de Lozada como Carlos Mesa Gisbert son los paladines de la democracia representativa y pactada olvidando los crímenes de los que son coautores intelectuales y materiales, además de arrodillar a Bolivia ante el imperialismo y las empresas transnacionales con las que saquearon las riquezas nacionales.

En ese mismo sentido, todos los autoexiliados movimientistas, miristas, adenistas y ucesistas responsables de la larga noche neoliberal se atreven a hablar de democracia y libertades.

Es descarado y cínico el apoyo que reciben de la oligarquía y burguesía chilena, lo que los vuelve a presentar como los “vendepatria” a los que no les importa el destino de Bolivia y de sus hijos.

El golpe se gestó desde hace mucho tiempo y tiene este sentido: un supuesto especialista en cualquier tema, escribe y desahucia cualquier logro del gobierno, los medios de comunicación pertenecientes al cartel de la mentira lo difunden y se ocupan de sostenerlo en la agenda mediática el tiempo que puedan.

El buen periodismo aconseja no acudir a fuentes cuestionadas, pero los del cartel de la mentira y sus periodistas independientes no dudan en buscar y publicar exclusivas, por ejemplo, de Carlos Sánchez Berzaín o Manfred Reyes Villa.

El golpe sedicioso ya pasó su primera etapa en la que se agendó y posicionó en la psiquis colectiva acciones no violentas, pero que crean malestar en la sociedad como el tema del 21F destacando denuncias sobre supuestos actos de corrupción; la segunda caracterizada por el desarrollo de intensas campañas en “defensa de la libertad de prensa y de los derechos humanos”, mientras, de forma paralela, se denuncia acusaciones de totalitarismo.

En la tercera etapa, opositores y neoliberales, desclasados y resentidos lograron centrar su lucha en reivindicaciones sociales y políticas incitando a manifestaciones y protestas violentas que devienen en la toma de instituciones representativas del Estado.

Ahora ya están en la cuarta etapa que no es otra que el inicio de una guerra psicológica para desestabilizar el gobierno buscando crear un clima de ingobernabilidad. Lo sucedido en La Paz y Santa Cruz son una muestra objetiva.

Al mismo tiempo avanzan hacia la quinta y última de sus maquinaciones: consolidar el clima de tensión social y de enfrentamiento en las calles con toma de instituciones casi como una guerra civil buscando el aislamiento internacional del presidente Morales y abonando el terreno para obligar a las FF.AA. a intervenir, sino buscando una “intervención militar humanitaria de los cascos blancos y otras fuerzas extranjeras”.

¿Qué hacer?
Nosotros los descendientes de los pueblos indígena originario campesino y las comunidades interculturales y afrobolivianas de todo nuestro territorio de Bolivia tenemos que enfrentar esta ola de violencia y vandalismo que los derechistas pretenden imponernos.

Por todos los medios posibles, tenemos que ratificar  y consolidar el apoyo de nuestro “voto duro” del campo y de los barrios marginales de las ciudades, además de rescatar a nuestra clase media y avanzar hacia sus otros segmentos utilizando simplemente los logros de gestión alcanzados hasta ahora en tan poco tiempo para la política y la historia.

Organizarnos y ocupar todos los espacios posibles para denunciar el golpe sedicioso, concientizar a nuestra gente y buscar el cuestionamiento de las nuevas clases medias en sentido de que no pueden distanciarse del Proceso de Cambio, porque, inclusive, pueden perder el bienestar adquirido recientemente, en estos 12 años de gobierno del MAS.

Pero, todos estos derechistas y fascistas temen al pueblo boliviano, sobre todo, a su unidad porque saben que unidos no podrán contra nosotros, entonces tenemos que organizarnos y presentar batalla en todos los frentes. La consigna es que no deben pasar ni en las urnas ni en las calles porque la batalla política, ideológica y el futuro de América se está dilucidando en Bolivia.

“El Deshabitado”